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Tenemos que hablar

El día que decidí dejarte fue el mismo día en que, horas más tarde de mi decisión, me dijiste Tenemos que hablar . Desde tus lágrimas y con una voz que no era tuya me diste la peor de las verdades. Un mensaje que auguraba largos días de hospital, de esperas dolorosas, de una vida incómoda. Durante meses te miraba desde el butacón azul de la habitación, sintiéndome encadenado a una cama que no era para mí. El olor de comida de hospital se incrustaba en mi cabeza cada vez que te tocaba. Me daban ganas de vomitar cada vez que sorbías ese liquido verde al que llamaban puré de calabacín. Aborrecía cada una de tus bromas, cada vez que intentabas sacar algo positivo de esa mierda de situación. Odiaba como se colocaba tu pelo después de horas chafado contra el almohadón. Un pensamiento recurrente en mi cabeza flotaba a cada minuto. Un soniquete que retumbaba en mi cerebro sin parar. Si te hubiera dejado antes… Y te odié, te odié profundamente, desde lo profundo del estómago, con cada hueso

Calle desconocida

Estábamos aún en la cama, enroscados piel con piel, cuando me enseñaste una casita. "Hay que reformarla, hacerle muchas cosas, pero está bien, ¿no?".  Empecé a tirar muros, decidir la nueva disposición de la cocina. Construí un nuevo lavabo. La primera habitación por la derecha sería nuestro despacho. Supe que el comedor sería en estilo industrial. El sofá iría en el medio del salón. El patio tendría plantas que no necesitasen mucha luz. Poco almacenaje, pero está bien así. Construí toda nuestra casa.  Ayer nos cruzamos por la calle y no nos miramos a la cara. En una casa donde nunca estuvimos es donde guardo nuestros mejores recuerdos. 

El periódico de Eleuterio

 Hombres tristes como yo debe haberlos a montones. Hombres con los hombros encorvados, con el mismo set de polos desgastados para cada semana. Hombres con poco pelo en la cabeza y mucho pelo en los brazos. Debe haberlos más gordos y debe haberlos más delgados. Hombres cansados... Yo creo que debe haber hombres así.  Con el tiempo he desarrollado la habilidad de dejar la mente totalmente en blanco. Cada mañana me levanto e intento no pensar nada, no empezar el bucle de pensamientos autodestructivos. Me tomo un café solo, que sé que me va a sentar mal pero intento no pensar en eso tampoco. Me lavo la cara en silencio sin pensar en la rabia que me dan las gotas que se escapan de las manos y se escurren por los antebrazos hasta precipitarse al vacío desde mis codos. No pienso en la rabia que me da secarme la cara con una toalla húmeda. Me visto con el polo lila o el azul o el lila o el verde. Da igual el color, hace tantos años que los tengo que ya casi comparten el mismo tono pálido. Me p

Color melocotón

  Nos separa tanto tiempo de aquello que fuimos que a veces me cuesta recordarnos. En un momento fuimos jóvenes, expectantes, deseosos, complicados, directos, soñadores. Tu solías dedicar entre 10 y 15 minutos cada mañana a delinear tus ojos y a pintar tus mejillas de color melocotón. El pelo te pasaba de los hombros y lo trenzabas cada noche. Por lo menos una vez a la semana proponías un plan absurdo con el que hacernos ricos. Soñabas despierta con lo que seríamos cuando llegásemos a esta edad; todo lo que tendríamos, lo que haríamos y lo que habríamos hecho a estas alturas. A veces te agobiaba la monotonía de la vida y yo jamás aprendí a calmar esas ansias de algo diferente, algo nuevo. Yo, en algún momento, tuve ambición. Te contaba una y otra vez los mismos planes sobre todo lo que construiría con el tiempo. Y todas las veces que lo repetía, tu me mirabas con los ojos llenos de admiración. Me acompañabas en mis sueños, aunque no fuesen los tuyos. Ahora ya no hay mejillas de color

La casita de pescadores

 Hace un calor ridículo. Vestido solo con unos calzoncillos antiguos y una capa de sudor húmedo sigo sintiendo este calor ridículo. De fondo, un programa de televisión mañanero con tertulianos que se gritan cosas ridículas. Dos platos con sus correspondientes dos copas de vino esperan a ser fregados desde ayer por la noche. Deberías haberlo limpiado ayer por la noche. Ahora vendrán las moscas a revolotear por los platos, con sus patitas llenas de mierda.  Miro hacia fuera, achicando los ojos por la luz intensa de un día de pleno verano. Veo en la pequeña terraza que corresponde a esta casita el mantel que tampoco limpiamos anoche. Eso me tocaba hacerlo a mi. Espero que haya soplado el viento y se haya llevado las migas de comida. No me gustaría enfrentarme a una mesa llena de ridículas hormigas. De fondo el mar con una playa de grandes rocas que siempre me han parecido tremendamente incomodas. Y ahora también me parecen ridículas.  Por la cantidad de cosas que me parecen ridículas, ent

La anécdota

  Lo supe cuando vi las ondas suaves de tu pelo color caoba, desde esa raya en el ojo desdibujada, casi desaparecida. Lo supe desde aquella primera sonrisa amable. Tú conoces a Ana, dijiste. Me mirabas como un gato callejero atento a cualquier movimiento, preparado para huir. Esa tarde vibraban alto las cigarras y las copas de vino blanco sudaban, dejando cercos sobre las mesas. Los puestos de ropa y bisutería del mercadillo empezaron a recoger a la vez que el sol bajaba, la música en directo atrapaba la atención de la gente y el olor a comida envolvía el ambiente. Esa fue la primera vez que te oí contar la historia de Nicaragua. Esa fue la primera vez que supe el vacío que me dejarías cuando te fueses.   Pienso que todos tenemos una anécdota que todo el mundo conoce. La repetimos continuamente, con los mismos chascarrillos, imitándonos a nosotros mismos cada vez que la contamos. Tú, sin embargo, acumulas historias que parecen sacadas de la imaginación de un crío. La pulsera roja