Tenemos que hablar
El día que decidí dejarte fue el mismo día en que, horas más tarde de mi decisión, me dijiste Tenemos que hablar . Desde tus lágrimas y con una voz que no era tuya me diste la peor de las verdades. Un mensaje que auguraba largos días de hospital, de esperas dolorosas, de una vida incómoda. Durante meses te miraba desde el butacón azul de la habitación, sintiéndome encadenado a una cama que no era para mí. El olor de comida de hospital se incrustaba en mi cabeza cada vez que te tocaba. Me daban ganas de vomitar cada vez que sorbías ese liquido verde al que llamaban puré de calabacín. Aborrecía cada una de tus bromas, cada vez que intentabas sacar algo positivo de esa mierda de situación. Odiaba como se colocaba tu pelo después de horas chafado contra el almohadón. Un pensamiento recurrente en mi cabeza flotaba a cada minuto. Un soniquete que retumbaba en mi cerebro sin parar. Si te hubiera dejado antes… Y te odié, te odié profundamente, desde lo profundo del estómago, con cada hueso